En pleno siglo XXI, aún encontramos gente enferma de homofobia. Y la catalogo como “enfermedad” por qué el miedo irracional o repudio a la sexualidad de otras personas (factor que no nos daña y factor que no genera riesgo alguno para ninguno de nosotros) es totalmente irracional y por lo tanto es considerado un trastorno.
Sin embargo, incluso aquellos que dicen no ser homofóbicos y estar abiertos a la diversidad sexual, aun lidian para manejar la homosexualidad como algo absolutamente natural. ¿Quién no ha escuchado la típica expresión? : “Yo si respetó pero si me tiran la onda o se meten conmigo ahí si no estoy de acuerdo” “Sí lo acepto, pero que no se besen enfrente de otros, ni se casen, ni tengan hijos”. ¿Osea que justo en la cercanía se acaba la aceptación y la inclusión? o ¿Qué en la expresión abierta a la luz de la sociedad e incluso ante el intento de llevar una vida normal, ahí si bajamos la pancarta de apoyo?
¿Por qué aún hay cierto tabú hacia la homosexualidad? ¿Qué parte de la masculinidad heterosexual se ve amenazada o en “riesgo” ante la homosexualidad masculina? ¿Por qué en la proximidad el hombre se sigue sintiendo ansioso con la imagen de la homosexualidad como parte de su vida y de sus vínculos relacionales? ¿Por qué al hombre le cuesta más trabajo que a la mujer, integrar e incluir totalmente en su mundo la homosexualidad sin sentirse en conflicto?
Con la finalidad de redactar un artículo veraz y no solo basado en mis percepciones, busqué hablar con varios hombres heterosexuales con la finalidad de entender mejor sus creencias conscientes e inconscientes, sus percepciones y sensaciones ante este tema, ya que considero que las mujeres no nos enfrentamos a la misma dificultad para integrar el tema de homosexualidad tanto femenina como masculina; y muchos de ellos coincidieron en que la sociedad ejercía un rol importante en la barrera que percibían para consentir cien por ciento la homosexualidad:
El gran peso del látigo social es una de las principales razones. Los estereotipos sociales respecto a la homosexualidad, arrebatan la virilidad y la masculinidad -propia de todo hombre- a aquellos que difieren de la preferencia sexual impuesta por un “deber ser” (las mujeres), es decir, imponen el típico estereotipo del hombre afeminado. Por lo cual, el hombre heterosexual (e incluso el hombre homosexual antes de “salir del closet”) huye y evita todo aquello que lo vincule a algo que signifique falta de virilidad, por medio de una aceptación a medias y en el peor de los casos una intolerancia extrema. El miedo a identificarse con algo que ponga en duda su preferencia sexual y del mismo modo su identidad de género, provoca que el hombre corra despavorido lejos de todo aquello que se vincule con las personas gay. Descomponiendo este estereotipo, no todos los hombres homosexuales son afeminados o “locas”, muchos incluso son más dueños de su masculinidad que algunos hombres heterosexuales.
La falta de educación sexual, la discrepancia de la educación con la realidad o los huecos de información generan ignorancia y el hombre tiende a temer o a alejarse de aquello que no entiende. Aunque a mayor educación, mayor aceptación e integración, aún nuestra generación sigue teniendo ideas prejuiciosas sobre las personas homosexuales. Carecemos aún de la capacidad de ver a las personas como personas y vivimos en un mundo obstinado en ver a las personas según etiquetas o catalogaciones: los ricos, los pobres, los listos, los gays, las putas, los buenos, los malos. Y tristemente entre los malos siempre están los que no son entendidos, en el tema que hoy nos pertenece: las personas homosexiales. ¿Cuántas veces no escuchamos en casa, en la escuela y/o en la iglesia: “No te juntes con él porque se te puede pegar” o “Cuiden a sus hijos de los homosexuales porque son pederastas”?
La inclinación machista de la sociedad mexicana y en general los estragos del patriarcado, también generan dificultades en los hombres para lograr una plena aceptación de la homosexualidad. El macho ofende, se burla, ejerce fuerza y es agresivo para probar su sexualidad, hace burla del que “no es macho”, porque se ha llegado a confundir heterosexualidad con machismo y son totalmente dos conceptos muy diferentes. El macho ansioso ante la pérdida de lo único que lo define, el machismo, agrede a su “contraparte” para sentirse a salvo, pues uno de sus grandes temores y algunas veces una de sus grandes realidades es verse identificado con la homosexualidad. Como ejemplo claro de esto, el macho hace menos a la mujer con el prefijo de “puta” y al hombre con el de “puto”, a la mujer se le crítica y agrede a través de la apertura y libertad sexual y al hombre en base a su preferencia.
El fanatismo religioso también ejerce presión. En pleno 2016, aún hay gente que muere a manos de devotos feligreses. Pero me pregunto: ¿No dice la biblia y otros preceptos religiosos que todos somos hijos de Dios y debemos respetarnos y amarnos incondicionalmente los unos a los otros? Y si la excusa es que el hombre y la mujer fueron hechos como complementarios para la procreación, es bueno recordar que la sexualidad no es exclusivamente un acto reproductivo.
La limitada vida y apertura emocional del hombre, también es otro aspecto socialmente aprendido que repercute en la rigidez de la diversidad sexual. Al hombre se le mal educa desde pequeño a no sentir, a no expresar, a no llorar y a ir minimizando su potencial de ser andrógino. En base a eso, el hombre tiende a guardar distancia con personas de su mismo sexo sean o no homosexuales.
Además de la involuntaria penetración social hacia el juicio personal, existen aspectos personales que se han ido forjando a través de los años y que se suman a la dificultad de la reconciliación entre preferencias sexuales:
·La introyección de las etiquetas, es decir, el realmente creer que eres lo que haces. Poniendo de ejemplo el conocido refrán de “eres lo que comes”, con respecto a la aceptación e integración de la homosexualidad hace alusión a la idea de que uno se transforma en lo que elige, como si al elegir aceptar la homosexualidad la preferencia sexual también se transformara.
La falta de conocimiento propio, la falta de trabajo en el cuestionamiento y reafirmación de quienes somos, que queremos, que nos gusta y que no nos gusta, maniobrado por las expectativas que el mundo tiene puestas en nosotros, nos hace dudar y sentirnos inseguros, cuando entramos en contacto con posturas diferentes de disfrutar y experimentar la vida. El hombre heterosexual no realiza el trabajo que si realizan todas las personas homosexuales de definir quiénes son y de luchar por mostrarlo, algo que a mi parecer fomenta una mayor seguridad en su auto concepto e identidad sexual. La mayoría de las personas en algún momento de sus vidas han tenido en mayor o menor grado un pensamiento, un sueño, una fantasía, un acercamiento e incluso en el caso de las personas homofóbicas “la aberración” al contacto homosexual y dicho acercamiento genera un conflicto interno sobre la preferencia sexual.
La inexistencia de las totalidades absolutas. Kinsey realizó investigaciones que concluyeron que la homosexualidad y la heterosexualidad no son fenómenos absolutos e independientes, sino más bien fenómenos continuos en donde se posee diferentes grados de bisexualidad, yendo desde la heterosexualidad exclusiva hasta la homosexualidad exclusiva. Es decir, la mayoría de nosotros oscilamos entre la heterosexualidad absoluta y la homosexualidad exclusiva y podemos sentirnos confundidos ante ello según los estímulos externos. Sin embargo, la evitación no nos saca de dudas, el enfrentar las circunstancias sí.
Es sano razonar porque se reacciona de determinada manera ante la homosexualidad, porque la identificación y la conciencia brindan la pauta para hacer los cambios necesarios que permiten vivir una vida más abierta y relacionarnos de manera más empática y respetuosa. Con esta reflexión, invito a emprender el camino de reconciliación entre las preferencias sexuales. Invito a curarnos del prejuicio, las expectativas y los deberías sociales. Invito a ser libremente y dejar ser.